El MCER vs mis expectativas (Tema 2)


En mi entrada sobre el tema anterior tomé una postura de enfrentamiento contra el panorama con el que me encontré al profundizar en la persencia de lenguas extranjeras en los currículos.

En esta entrada tomo una postura parecida, pero diferente. En esta ocasión, tengo una opinión muy positiva sobre el panorama que se me ha abierto en este tema (el MCER), que contrasta con la postura que he tenido hasta recientemente de cara a las certificaciones de lenguas extranjeras.

Para ello deberé hablar un poco de mis periplos educativos hasta ahora, tanto como estudiante como como profesor (e intento de profesor) de lenguas extranjeras. Mi intención con esto es porporcionar un ejemplo real (el mejor que conozco) de cómo percibe las lenguas extranjeras un alumno al que le gustan las lenguas extranjeras y poder relacionarlo con el MCER.




El alumno ante el peligro


Como estudiante, nunca había imaginado que existiera tantísima información y planificación acerca de la enseñanza de lenguas extranjeras. Ya no digamos cuando estaba en la ESO y Bachillerato cuando, como buen borrego, hacía lo que el libro y el profe mandaban porque eso era lo que había que hacer para aprender. Ni competencias, ni metodologías. Los objetivos eran responder sin errores a los ejercicios y ya está. Eso de emplear la lengua o hablar con fluidez eran cosa de la lengua materna; las lenguas extranjeras eran algo totalmente secundario e innecesario.

Lo curioso es que en 3º y 4º de la ESO, además de la primera lengua extranjera (Inglés), tenía una segunda lengua extranjera (Francés), la cual se empleaba en Tecnología y en Matemáticas (3º y 4º respectivamente, si recuerdo bien), y para mí eran asignaturas completamente diferentes. Es más, en Francés sí se prestaba atención a la comunicación y al uso práctico de la lengua, e incluso le daba a uno la sensación de que quizás debería uno utilizar un acento diferente al español al hablar una lengua extranjera (qué cosas, ¿verdad?).  Más curioso todavía es que, quizás por eso, Francés parecía menos serio o menos importante.

No fue hasta llegar a la carrera de Traducción e Interpretación cuando empecé a escuchar eso de B1, B2, C1... y reconozco haber tardado años en tener claro qué nivel era más alto, A o C.

Entonces, llega el momento en que uno debe redactar su CV y debe incluir su nivel de lengua... y resulta que no tiene nivel

Sí, esta introducción se trataba de relacionar mis impresiones con el MCER, y así es la relación: inexistente. Ya no solo con el MCER sino con casi cualquier tipo de acreditación.

El alumno ante la realidad

Y así es como resulta que ese alumno interesado en las lenguas se convierte en un licenciado que quiere enseñar lenguas y no sabe ni por dónde empezar, porque nunca tuvo un marco de referencia... y así descubre cosas como el TEFL, TSOL o CELTA, que no sabe por dónde coger.

Así que ese alumno va a una EOI y va a clase, como de costumbre pero con diferencias, y hace el examen con tranquilidad y se sorprende de los resultados. ¡Ese alumno ha descubierto las rúbricas!

Siempre había pensado que utilizar la lengua correctamente, conocer el vocabulario y expresarse con fluidez era todo lo necesario para hablar una lengua (y lo sigo pensando), pero esperaba más libertad en cuanto a las formas de expresarse y de organizar la información en otras lenguas. Desde entonces, poco a poco fui comprendiendo cómo se enseñan las lenguas extranjeras y qué se espera del alumno, fuese buscando información por mi cuenta, ejerciendo como auxiliar de conversación en el extranjero o, más recientemente, en el Máster para el Profesorado.


¿Y esta situación, por qué se ha dado?

En este punto, lo que toca es cortar cabezas buscar responsables. Siempre pensé que el responsable sería el sistema (al menos en la ESO), pero ahora que conozco mejor el MCER, cuesta mantener esa acusación.
Diría que el primero sería el alumno por no interesarse en buscar la información que, ciertamente, está ahí, pero decir eso sería negar la necesidad de un sistema educativo que proporcione ese tipo de información. Es más, si tenemos en cuenta que un alumno debe conocer cómo va a ser evaluado, entonces conocer el MCER, aunque sea de manera superficial, debería ser indispensable.
Si no podemos culpar al sistema ni al alumno, nos queda el docente. Pero el docente, tanto como individuo como colectivo, puede adoptar las indicaciones del MCER y exponerlas sin necesidad de referirse directamente a este.


¿Entonces, quién es culpable?

Creo que en esta ocasión, como en tantas otras, no hay un culpable. Quizás sea que todavía nos encontramos en uno de esos procesos de alfabetización de los que hablaba en mi entrada anterior.

El nombre completo del MCER es Common European Framework of Reference for Languages: Learning, teaching, assessment. Si embargo, aún mientras escribo queda un residio de extrañeza hacia la inclusión de "learning" en ese nombre. Creo que ahí radica el problema que quiero exponer. La sociedad española ha recluido este documento monumental al uso directo y exclusivo del cuerpo docente (y cargos relacionados), como si su misma existencia fuese irrelevante para el estudiante.
Lo que esto provoca es que el alumno no tenga expectativas ni sepa de dónde viene todo lo que se le pone delante en el aula, ni mucho menos por qué está organizado como lo está.
Lo que defina su aproximación a las lenguas serán entonces sus propias impresiones y circunstancias personales, sin que nadie les exponga todos los beneficios y competencias que aporta una nueva lengua bien aprendida.

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